¿Perdón?
Cuando se publicó esta semana la noticia sobre un encuentro del Partido Comunes en Granada, Meta, en el que participó su presidente Rodrigo Londoño (ex jefe de las Farc conocido como Timochenko), de inmediato en redes sociales aparecieron calificativos como estos: payasos, cínicos, sinvergüenzas, asesino, narcovioladores, miserable, engendro del mal, malnacido…
Y salen varias reflexiones de esto. Una es el tema del perdón. He escuchado opiniones a favor del perdón: que eso alivia la carga, que vivir sin perdonar significa vivir amargado… Y opiniones en contra: el perdón no existe porque significaría anular las leyes que son las que permiten aplicar justicia. Justicia sin leyes que dosifiquen las penas, no sería justicia.
Perdonar es como decir: hagamos de cuenta que aquí no pasó nada. O sí pasó, pero dejemos así.
Y claro que pasó. La JEP ha dicho que fueron 6.402 víctimas de falsos positivos de la Fuerza Pública, y por cuenta de las Farc: 169.400 hechos victimizantes (la gran mayoría de estos crímenes permanecen en la impunidad), 54.000 víctimas de desplazamiento forzado, 50.100 víctimas del uso de medios y métodos ilícitos de guerra (en los que se incluyen ataques a bienes protegidos, ataques a personas protegidas, uso de minas antipersonal y artefactos explosivos improvisados, y hechos tipificados por la Fiscalía como terrorismo).
También el universo provisional de hechos habla de 48.000 víctimas de homicidio, 15.000 víctimas de desaparición forzada y 2.300 víctimas de violencia sexual.
Perdonar semejante avalancha de violencia no parece viable. Y lo demuestran los comentarios de mucha gente contra las Farc.
Sobre graves infracciones del Derecho Internacional Humanitario (DIH) cometidas por las Farc, la JEP cita ejemplos como el uso de minas antipersonal y de artefactos explosivos artesanales contra poblaciones civiles, ataques contra objetivos que no eran militares o no representaban ventaja militar, la utilización de escudos humanos y los ataques contra personas y bienes protegidos por el derecho internacional humanitario como edificios religiosos, educativos y de salud.
Las Farc también incursionó en áreas urbanas, donde perpetró homicidios de civiles bajo modalidad de sicariato, atentados a personas y bienes civiles con explosivos.
Reconocer públicamente que actuaron mal, mostrar arrepentimiento o pedir perdón no parece que sea suficiente.
Pero decía al comienzo que se desprenden varias reflexiones. Otra es enfocarnos en la mera condición de seres humanos para preguntarnos: ¿merecen otra oportunidad?
Precisamente allí en Granada, durante una conferencia de prensa al final del encuentro zonal, los voceros del Partido Comunes mencionaban que van 336 firmantes del Acuerdo de Paz asesinados.
“Es grave porque se corta la posibilidad de que los firmantes podamos incidir en la generación de escenarios de convivencia”, anotaba Federico Montes, uno de los que estaban sentados con Londoño en la mesa principal.
Y explicaba que “Los protagonistas del conflicto hoy le estamos apostando a construir justicia social, que es el mejor ejercicio de reconciliación y de reparación en los territorios afectados por el conflicto”.
Me parece que en eso tiene razón. En medio del odio que mucha gente les tiene a los ex Farc, odio comprensible por la avalancha de violencia que mencioné arriba, quizá deberíamos respirar profundo y observar cuidadosamente a ver si en verdad estos antiguos guerrilleros están contribuyendo en algo a mejorar la convivencia entre los colombianos.
Montes pedía que no los llamemos excombatientes “porque seguimos combatiendo desde la legalidad por construir la paz”.
Habría que confiar un poco en Naciones Unidas, gobiernos y organizaciones europeas que hacen seguimiento y acompañamiento al proceso con los ex Farc. Si ellos, que están encima del tema, no salen a decir que el proceso es un fracaso… creo que podemos pensar que se justifica la segunda oportunidad para los ex Farc.
Otra reflexión la dejó una de las personas que comentó el encuentro del Partido Comunes en Granada:
“Es preferible un exguerrillero queriendo hacer las cosas bien y pidiendo perdón, a un guerrillero poniendo bombas y dando bala. Aquí muchos prefieren lo segundo, porque desde sus casas no les importa quién muere o quién está en guerra. Pedir bala sin poner el pecho no solo es cobarde, también es falta de misericordia con quienes viven el conflicto, con aquellos que han puesto los muertos.
Todo aquel que quiere guerra y no puede dar perdón, debería llevar un hijo al Ejército y que represente los ideales de esa familia que quiere plomo.
A ver si construimos país y damos un paso adelante junto a los que proponen la paz, y no simplemente ser críticos en Facebook”.
Muy buen comentario por lo exacto y objetivo. Gracias.