emilio tapia preso

Hay que modificar el “Padre Nuestro”

Esta semana volví a escuchar el argumento sobre el perdón que dice que, quienes no perdonan a quien les hirió, acumulan rencor y que eso afecta la capacidad de vivir a plenitud, de amar, de ser felices y de desarrollarnos emocional y espiritualmente.

Según ese argumento, el rencor por la ausencia de perdón se convierte en una carga en el alma.

Y se me ocurre entonces plantear una hipótesis contraria: no existe el perdón porque perdonar equivaldría a anular las leyes de Dios.

El tema puede parecer complejo, pero es más sencillo de lo que parece. Tenemos que ir a la idea que tengamos de Dios. ¿Estaremos de acuerdo en que Dios tiene unas leyes para que el Universo funcione en armonía?

Por ejemplo, para que la Luna no caiga sobre la Tierra ni los planetas se vayan contra el Sol. Esto es de lo que habló el inglés Isaac Newton hace casi cuatro siglos.

Si estas leyes rigen para el Universo, creo que estaremos de acuerdo en que incluyen al hombre.

Los que no crean en Dios entonces no hablarán de las leyes de Dios sino de leyes universales. Da igual.

Entre esas leyes universales, la ciencia en la Tierra nos dice que “toda acción genera una reacción”. O lo que es lo mismo: todo es causa y efecto.

Entonces volvamos a nuestro tema del perdón: estamos de acuerdo en que hay unas leyes superiores a las que redactan nuestros controvertidos congresistas.

Ahora pensemos en una afrenta. Una grave: el que asesina a otra persona. Ahí hay una acción y ya sabemos que toda acción genera una reacción. ¿A quién va a afectar esa reacción? Pues al que ejecutó la acción. Habrá un efecto que esta persona sentirá tarde o temprano.

Y, como estamos hablando de leyes universales, leyes superiores, cabe preguntarnos: ¿ese efecto será proporcional a la causa? La ciencia enseña que sí.

Como el asesino eliminó una vida y causó dolor, el efecto muy probablemente sea que sufra dolor y pierda su vida de manera violenta. Podría ser un accidente o una enfermedad, más adelante. O quizá termine baleado en alguna riña de compinches.

Y fijémonos bien que aquí no estamos hablando de castigo de Dios ni cosa parecida. Estamos hablando de ciencia y de leyes superiores.

El asesino podría ir a meterse a una iglesia, confesarse, pedir perdón a la familia del muerto, rezar 20 padrenuestros, y no lograría evitar que la ley se cumpla.

Como dicen por acá en Colombia: a lo hecho, pecho.

El hijo del muerto podría decir “lo perdono”. Pero eso no sirve de nada porque es que el asesino ya generó una causa y, por ley, habrá un efecto.

La conclusión, entonces, es que el perdón equivaldría a anular las leyes superiores que rigen el Universo.

Pero además el sentido común nos indica que es normal sentir rencor por el asesino de un familiar. Es parte de ser humanos. Miente quien diga que después del homicidio va a querer abrazar al asesino para decirle que lo perdona.

Pero los defensores del perdón quieren asociarlo con un rencor que supuestamente va creciendo y afectando al que no perdona. Y no es así. Ahí lo que ocurre es que el rencor va desapareciendo naturalmente con el tiempo. Es un proceso. Un proceso normal.

Lo que sospecho es que los defensores del perdón no quieren que se desvirtúe la famosa oración católica que dice: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Ya deberían haber suprimido esa parte porque la realidad la superó. Pensemos en quiénes nos ofenden. Por ejemplo: los políticos corruptos que al parecer se roban $50 billones al año (más del doble de lo que recaudará la reforma tributaria en 2023). ¿Los perdonamos?

Algunos estarán a favor de que los perdonemos. Está el caso del ministro de Agro Ingreso Seguro a quien algunos medios de comunicación le han hecho apología y lo han mostrado como el pobrecito. 

Pero tengo el pálpito que la mayoría de los colombianos prefiere que la Justicia actúe drásticamente contra esos corruptos para que eso sirva de freno a quienes transitan por esos mismos caminos.

Desafortunadamente el sistema judicial colombiano con frecuencia incentiva la corrupción en vez de aplastarla. Y si no pregúntenle a Emilio Tapia Aldana, condenado a escasos 7 años y medio por el escándalo del carrusel de la contratación en Bogotá, pero quien no tuvo problema para seguir en lo suyo en el contrato del Mintic con Centros Poblados.  

Omar Camargo
Periodista

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