Los indígenas tienen derecho a evolucionar
Se realizó esta semana en Villavicencio el XIII Foro Mundial de Negocios Indígenas en el que participaron personas procedentes de varios países del mundo. Fue la oportunidad para que los indígenas que residen en el Meta mostraran sus fortalezas.
Por ejemplo, los Uitotos que llegaron a Villavicencio procedentes de Amazonas, huyendo de las amenazas de las Farc, enviaron a las hijas del gobernador Santiago Kuetgaje a la universidad y una vez obtuvieron sus títulos profesionales regresaron al resguardo Maguare (ubicado en la vía hacia Puerto López) para apoyar el etnoturismo.
Los Nasa que llegaron a Mesetas huyendo desde el Cauca han demostrado su capacidad para producir café de calidad.
Pero vino la vicepresidenta Francia Márquez y puso el dedo en la llaga:
“Demandamos unas economías que no acallen las voces de las mujeres indígenas. Estas economías indígenas deben tener un enfoque de género porque en muchos territorios mientras las mujeres son las que hacen el trabajo, los hombres son los que manejan el dinero”, dijo en su discurso.
Según la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), entre los Jiw (sur del Meta y Guaviare) se acostumbraba a que el hombre era el encargado de tumbar y quemar el bosque para preparar el terreno y la mujer era la encargada de la siembra, cuidar y cosechar, pero hoy día esto lo hacen juntos hombre y mujer.
Seguramente la vicepresidenta tiene información sobre otros pueblos donde el hombre se queda relajado en su chinchorro mientras la mujer es la que tiene que salir a buscar el sustento.
Pero cuando digo que Francia Márquez puso el dedo en la llaga no me refiero solo al tema del machismo.
Un funcionario público me contó que alguna vez les entregaron a los indígenas unas casas en Puerto Concordia y ellos las desmantelaron y cambiaron las tejas, puertas y ventanas por aguardiente en la tienda más cercana.
En Puerto Carreño, la televisión ha mostrado indígenas alimentándose de lo que encuentran en el basurero municipal. Y no vi a la ONIC ni a ninguna otra autoridad indígena intervenir para que eso dejara de suceder.
En Puerto Gaitán escuché grabaciones de indígenas extorsionando a los menonitas que llegaron a mostrar que esas tierras producen mucho más que yuca amarga.
Y quizá esto sea lo esencial: los indígenas son seres humanos como somos los otros no indígenas. Por lo tanto, tienen el mismo derecho a evolucionar, a estudiar, capacitarse y progresar sin que eso signifique que tengan que renunciar a todas sus costumbres.
La vicepresidenta les pidió que renuncien, por ejemplo, a esa costumbre de que el hombre se queda acostado en la casa esperando a que la mujer le traiga el dinero para que él pueda ir a comprar aguardiente.
También deberían renunciar a la costumbre de sembrar solo yuca, que no es el mejor alimento en términos nutricionales.
Y deberían respetar las leyes de Colombia para que cuando exijan que les respeten sus derechos, sea porque antes han cumplido sus deberes con la patria que los acoge.
Es que hay imágenes recientes de indígenas golpeando policías y más atrás en el tiempo, de un indígena colocándole un machete en el cuello a un soldado en el Cauca. Eso no refleja la riqueza cultural ancestral que pregonan.