El respeto se gana
Sucedió en Villavicencio, pero pudo ocurrir en cualquier ciudad de Colombia. Dos jóvenes de 18 años caminaban rumbo a su casa después de compartir una tarde con los amigos del barrio. Malú y Juanse son vecinos del barrio La Coralina por lo que es normal verlos juntos para arriba y para abajo. Ella tiene el pelo pintado color lila; y ese día llevaba puesta una camiseta sin brasier. En él son notorios sus tatuajes. Ellos saben que por su aspecto llaman la atención, incluso de los policías, los ven como bichos raros. Y es ahí donde comienza la historia.
Esa tarde fueron abordados por dos patrulleros de la Policía Nacional que llegaron por atrás atravesándose a su paso con la motocicleta grande en la que patrullaban.
- ¿Para dónde van tan apuradas las nenitas?”
Dijo el que iba atrás bajándose rápidamente mientras ponía su mano derecha sobre su arma de dotación.
- Para la casa.
Respondieron casi al unísono los jóvenes.
- A ver, ¿qué tenemos aquí?
Preguntó el mismo policía.
- Déjeme ver, saque todo lo que lleva en el maletín.
Le dijo en tono autoritario a la chica. Ella procedió con calma a sacar todo lo que llevaba.
- ¡Uy! ¿Pero qué es esto?
Expresó el uniformado, en medio de risas burlonas. La chica trabaja como webcam y por su ocupación siempre carga en su maletín un babydooll, ropa corta y sugestiva, juguetes eróticos y demás artículos necesarios para su labor.
- ¿Para qué es esto? Como juguetona la muchachita.
Insistió el mismo policía. Su compañero no decía nada, sólo se reía.
- Trabajo como webcam y por eso llevo estas cosas.
- ¡Uy, qué bueno! Dijo el patrullero, mostrando interés en lo que veía.
Y ahí continuó el irrespeto.
- ¿Y cuánto me cobra por un show privado?
Malú miró a Juanse quien estaba pálido de la rabia. Ella lo tomo del brazo y con su mirada le pidió que se calmara.
- No señor, yo no hago shows privados. Sólo que después de mucho buscar no encontré otro trabajo y lo único que me ofrecieron fue esto. No le hago mal a nadie, sólo es un trabajo como cualquiera.
La larga explicación tenía la intención de bajar los ánimos y de pasar el mal momento que vivían los dos chicos. Pero no fue así. La agresión se hizo más fuerte.
- ¡Jah! Prepagos andando con marihuaneros y haciéndose los santos. Muestre a ver, usted, cuádrese que lo voy a requisar.
Les dijo el policía que los seguía ofendiendo. Requiso de forma brusca al chico, le pidió que vaciara sus bolsillos en los que sólo llevaba su billetera sin de dinero, únicamente tenía su identificación.
- Dejen de estar metiendo vicio que voy a estar pendiente de ustedes por aquí. Y que no me toque llevármelos.
Los amenazó no solo con sus palabras sino con sus movimientos pues en su mano derecha agitaba su bastón de mano, popularmente conocido como bolillo.
- Mejor vámonos, dejemos a las nenitas que sigan con su traba.
Culminó el agente del orden. Y es aquí donde viene mi reflexión: Mi profesor de Comunicación estratégica coincidía con mi profesor de Gerencia de marca, un líder se reconoce porque la gente se alegra cuando llega, no cuando se va. La Policía debe ser eso, un líder. Un ser que inspira respeto, confianza y admiración. Señor patrullero, señor teniente, señor coronel, señor mayor general, señores con autoridad civil o militar, la sociedad los ha investido con un fuero especial que busca proteger a las personas comunes y corrientes, esas personas que no delinquen, que no son una amenaza para la sociedad, personas que a diario tratan de sobrevivir en una convulsionada ciudad agobiada por el delito y la delincuencia. Por favor, ¡no los maltraten!
Los jóvenes de nuestro país han crecido en medio de las atrocidades de una sociedad violenta por costumbre. Han sido despojados de las oportunidades de ser profesionales pues las estadísticas muestran le enorme brecha que hay en el acceso a la educación superior. Han sido menospreciados en sus oportunidades labores porque no son muchas las opciones de trabajo digno. Y en medio de tal sombra que agazapada busca la forma de aniquilar sus sueños, no es aceptable que no respetemos sus formas de vida.
El respeto se gana y parte del simple hecho de respetar a las personas con las interactuamos a diario. Un policía, un soldado, un investigador de la Fiscalía, o cualquier persona investida de alguna autoridad, no puede abusar de su poder para maltratar a los ciudadanos a su voluntad. El maltrato genera violencia y generalmente por principios físicos, una acción violenta puede despertar la rabia y el odio que nos han inculcado con el falso argumento de creer que tenemos la razón. La admiración nos lleva al respeto y esa es una muy buena de forma de coexistencia: Dar para recibir.
Ser diferentes no es malo, es lo maravilloso de las culturas. Y las autoridades fueron creadas para garantizar el respeto a la vida, no para atropellarla. Lo mejor que puede pasar es comenzar a crear vínculos con la comunidad para volver a la confianza que le teníamos a los policías. Que siempre que los veamos sea para sentirnos protegidos, no vulnerados. Para sentir que hay quien nos cuide, no quien nos maltrate. Para sonreír al verlos pasar, para saludarlos y darles las gracias por exponer sus vidas a diario, por luchar contra los bandidos y ser garantes de los derechos humanos. Eso debe ser una gran parte del compromiso de la Policía Nacional de los colombianos.
La vida puede ser dura, pero somos nosotros quienes nos encargamos de decidir qué cargas podemos soportar y créanme que ser irrespetados es algo que produce mucha indignación. Y eso es de los más difícil de soportar.