Deberíamos mirar a Holanda

El río Guatiquía inundó algunos sectores de Villavicencio esta semana. En la margen derecha destruyó ranchos y cambuches que habían invadido alrededor de la ciclovía que construyó la Gobernación hace varios años (en su momento presentaron la obra como “malecón turístico”). Y en la margen izquierda inundó casas lujosas, la iglesia y el aeropuerto Vanguardia.

A algunos, como el concejal Ricardo Gómez, lo único que se le ocurrió fue culpar al alcalde por una supuesta falta de acciones preventivas.

A otros, como el ministro del Interior Daniel Palacios, se les ocurrió que se deben invertir otros 12.000 millones de pesos para reconstruir el dique que se rompió por la fuerza de las turbias aguas del Guatiquía.

Se han invertido miles de millones de pesos a lo largo de muchos años en diques que deberían estar protegiendo la ciudad de las crecientes del río Guatiquía en invierno.

Normalmente lo que se hace es amontonar el material del mismo río a ambos costados, sin mayor ingeniería. Claramente esos montoncitos no ofrecen mayor resistencia al embate de las aguas que vienen en franco descenso desde la cordillera.

Mientras nuestros políticos hacen negocio con las llamadas horas/máquina, otros siguen invadiendo los terrenos del río. Luego, cuando el río provoca la emergencia, reclaman que la Alcaldía o la Gobernación les dé una casa.

En ese círculo vicioso hemos estado viviendo en Villavicencio. Esa es nuestra situación frente al exceso de agua en cada invierno. Muy diferente a la de Holanda donde las acciones frente al embate del agua fueron contundentes y son ejemplo mundial.

Allá han soportado inundaciones muchísimo más graves que las que

genera el Guatiquía y miles han muerto. Claro, es que allí no es un río el que arremete sino el Mar del Norte.

Vale la pena mirar a Holanda en estos momentos en que tenemos en Villavicencio una crisis ligeramente parecida a la que ellos han padecido a lo largo de varios siglos.

¿Cómo enfrentaron las inundaciones allá?

Comenzaron en el siglo XVII construyendo molinos de viento que producían la energía necesaria para drenar el agua en grandes extensiones.

Y en el siglo XX destinaron presupuesto y talento científico para buscar soluciones definitivas, no pañitos de agua tibia, como hacemos aquí.

En 1933 inauguraron un primer megadique de 30 kilómetros sobre el que funciona una autopista con doble calzada, bahías para estacionar, puentes peatonales y vías peatonales. Ningún parecido con los diques que contratan nuestros políticos en las márgenes del río Guatiquía.

Me llama la atención que en la zona de Vanguardia que se inundó tiene un predio el exgobernador Luis Carlos Torres, quien en una campaña invitaba a “pensar en grande”.

Pero sigamos con Holanda: en la segunda mitad del siglo XX concibieron el Plan Delta que incluyó otras 13 megaestructuras para convivir con el exceso de agua.

Una de esas es una presa de 9 kilómetros, con compuertas a lo largo de 4 kilómetros para no alterar la vida marítima. Tiene 65 pilares de hormigón de 35 metros de altura. Entre estos pilares hay compuertas metálicas que se pueden abrir y cerrar.

En Amsterdam hay un dique de 8 kilómetros que tardaron 35 años en construir.

En Rotterdam, sur de Holanda, está la barrera contra tormentas más grande del mundo. Son puertas flotantes para defender la ciudad del mar. Cada puerta tiene 22 metros de alto, 10 metros de diámetro y 210 metros de largo.

Cuando hay tormenta, el agua sube su nivel. Si sube más de 3 metros, sería peligroso para Rotterdam porque la ciudad hace parte del área de Holanda que se encuentra a nivel del mar o por debajo del nivel del mar.

Las puertas han tenido que cerrarse para evitar inundaciones dos veces en 22 años.

Pero no fue la única solución. Para manejar el exceso de agua, ya sea del mar o de lluvias, en la ciudad construyeron cilindros de almacenamiento de agua.

Por supuesto, el Plan Delta fue costoso (cerca de 5 mil millones de euros) y las obras obligan a destinar más presupuesto para el mantenimiento.

El Mar del Norte no ha vuelto a superar los muros de protección y los holandeses duermen tranquilos con sus diques. Muchos diques anteriores se rompieron con las arremetidas del Mar del Norte.

Los holandeses no tienen miedo al agua porque han calculado lo que el agua puede hacer. Lo saben, así que le tienen mucho respeto. Trabajan junto con la naturaleza para asegurar que en el futuro estarán bien.

El problema con los holandeses es que muy seguramente no aceptan transferir un porcentaje del contrato a los gobernantes locales, y sospecho que por eso nunca estos gobernantes locales han traído una empresa holandesa para que nos haga un dique que sea solución definitiva contra las inundaciones como las que tuvimos esta semana en el Meta.

Omar Camargo
Periodista

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