Reflexiones interpandemia

Sufrir de Covid es un reto, es echar los dados apostándole a que la cepa no sea tan virulenta, que el organismo arme la respuesta apropiada y que la vacuna funcione. Si las cosas van mal, pues para eso está el sistema de salud. Seguramente contra nuestra voluntad seremos hospitalizados en centros sanitarios que lucharán con ahínco por sacar adelante a su paciente. Y todo por la cuotica mensual en el contributivo o con cobertura por parte del estado en el subsidiado.

En Colombia a trancas y mochas el sistema funciona, muy a pesar del desangre continuo de los malhechores de la salud, se tiene cobertura y es una bendición comparada con el sistema en otros países. Empero, es muy mal apreciado por sus beneficiarios.

La experiencia Covid de un viajero en otro país, Estados Unidos, por ejemplo, adquiere visos preocupantes. La gente le advierte que en ese país el sistema de salud, basado en pólizas de seguros, no cubre esa enfermedad. Que si no contrató un seguro -bien caro- para esa contingencia, debe reforzar las rogativas a los santos de su predilección.

Máxime que la memoria trae a la cabeza el recuerdo de un buen viajero llanero que después de 15 días de infructuosos esfuerzos en el país del norte, murió dejando a sus familiares casados con una deuda que sumaba cientos de miles de pesos y cazados inmisericordemente por sus acreedores.

No se aprecia lo que se tiene.

Pero entrada en la fase de convalecencia y ya confiados de no ser perseguidos por las acreencias, viene la preocupación por el futuro multiorgánico de ese viajero postcoviciento.

Lo normal es que, al cabo de unas dos semanas de haber estado enfermo, la persona se recupere por completo, sin embargo, -vuelve y juega el azar- hay un grupo menor de personas que tienen una amplia gama de problemas de salud, nuevos o recurrentes, pero que no facilitan el día a día.

En ellos entre la segunda y cuarta semana empiezan a dar cuenta de diferentes síntomas, que no eran relevantes al principio de la pandemia, porque todo el sistema de sanidad estaba inmerso en la debacle que significaba el ataque de la Covid, con la inmensa estela de enfermos y muertos. Ante ello “una fatiguita” más se consideraba mal menor.

No fue sino hasta que las cosas se asentaron que surgió una entidad llamada rimbombantemente “afecciones persistentes de la COVID”. Es la manía de estar poniendo nombres que dicen y no dicen, como cuando otros le dicen Covid prolongado, o, para tramar más Long Covid.

Cuántos de ustedes sobrevivientes de la Covid no han tenido dificultad para respirar ante el más mínimo esfuerzo, o cansancio y fatiga continua, o esa neblina mental que no deja concentrar, o dolores de variopintas presentaciones, pasando por afecciones mayores de tipo cardiaco, neurológico, renal, mental o digestivo. En fin, no hay órgano que no levante su voz de protesta y que le indica que sufre de una afección persistente de la Covid.

Y acuden al sistema de salud a reclamar alivio (de sus síntomas colombianos producido por el virus gringo, en este hipotético caso) y se estrellan ante la cruda realidad que los profesionales de la salud no tienen idea de cura para esos males. El consejo usual, aguante mijo, ya pasará. Eso por tratar los síntomas y dar esperanza, porque a ciencia cierta no se sabe cuánto durará ese desajuste y sí algún día tendrá recuperación plena.

Se percibe que los estudios alrededor de este serio asunto no van con la celeridad que se debería, hay intentos bizarros por aliviar a los pacientes de esos síntomas físicos y mentales. Hay casos hasta ahora anecdóticos de que los síntomas mejoraron después de aplicar una dosis de refuerzo de la vacuna, pero seguridad que funcione no hay ninguna.

Entonces, volvemos a la forma de tratar las afecciones desconocidas: aguante, paciencia, consuelo, y, lo más importante, esperanza de que pronto pasará. Todo ello transita por el entendimiento que cada persona es un mundo diferente, que reacciona de manera única a esos síntomas de la enfermedad.

Por eso si forma parte de ese grupo, acuda a donde lo escuchen, donde sienta que hay actitudes que reconocen y validan por lo que está atravesando, que no los encasillan como no útil para la tarea cotidiana.

Pero lo más importante es el reconocimiento por parte del sistema de salud de una enfermedad que muchas oportunidades sobrepasa la capacidad de análisis y comprensión del entorno.

Tarde que temprano la ciencia encontrará la cura. Hay esperanzas, al fin y al cabo nunca se da tanto como cuándo se dan esperanzas.

Échele ojo.

Jairo Alfonso Ospino
Médico Especialista

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